La noticia es que mi suegro marcha de España. Es cosa suya. Nosotros no le pedimos que se fuera, al contrario. Mi doncella Maripuri le estaba buscando una residencia de ancianos en Sanxenxo. Todas las residencias de la tercera edad que nos aparecían con plazas libres eran muy caras, pero estábamos dispuestos a pagar lo que fuera. Don Juan Carlos nos pidió el pasaporte para marchar.
-Dadme mi pasaporte europeo. Lo necesito.
-¿A dónde vas, papá? -le preguntó mi Felipe VI
-Ya te enterarás por la prensa, hijo.
-Le diré a mamá que marchas.
-Ni se te ocurra. Tu madre está subida a una lancha de la flota de guerra en Mallorca. Déjala tranquila.
-¿Quieres que vayamos a verte?
-¿A dónde? No ves que salgo de España sin país, sin casa, sin dinero, sin amor, sin maleta. Me voy con mi bastón y con este traje que me regaló tu hermana Cristina.
-Me das pena.
-Guarda tu pena, hijo. Yo sabré ganarme la vida. Voy a trabajar. He dejado de ser un jubilado. Te voy a demostrar como trabaja un hombre.
Iban a discutir. Le di un codazo a mi Felipe VI para que callara. Mi Felipe VI se metió en su despacho. Era muy doloroso para él ver marchar a su padre. Yo también me fui para mi despacho. Dejé que mi doncella Maripuri despidiera a mi suegro. Maripuri lo acompañó hasta la estación de Atocha. Marchó en tren. Es lo único que sé. Pero estoy segura de que no queda en Europa. Me lo imagino en los países árabes.
Tuve que explicarles a mis Herederas que su abuelo había salido de España.
-Vuestro abuelo se va a vivir a un país del extranjero.
-¿Cuándo vuelve? -me preguntó mi Leonor.
-No va a volver, cariño. Si regresa, pueden meterlo en la cárcel.
-¿Qué ha hecho?
-¡Ponerle los cuernos a la abuela Sofía con Corinna! -estalló mi infanta Sofía-. Los españoles lo echan por malo.
-¡Niña! -la reprendo-. Eso no se dice del abuelo Juan Carlos. Venga, a merendar.
Las niñas no quisieron merendar. Las dejé a su aire. Leonor miraba las noticias en su smartphone. Sofía encendió el televisor del comedor y buscó el telediario de la 1. Sólo hablaban de don Juan Carlos. Mis herederas miraban, escuchaban y callaban. Yo proveché el tiempo para pintar las uñas. Mi Felipe VI seguía encerrado en su despacho. No creo que estuviera llorando. Mi Felipe VI no es nada llorón.
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