Mi suegra regresó muy contenta del fiestorro de la boda del alcalde de Madrid. Estaba como una niña con zapatos nuevos. Nos decía una y otra vez que había bailado con su Juanito.
-¡Y cómo baila! Tiene un estilo único de bailarín con bastón.
-¿No caería? -le pregunté.
-Juanito no cae, nuera. Allí estaban sus escoltas para evitar que cayera al suelo si daba un traspiés.
Doña Sofía les había llevado de regalo a los novios una batidora de vaso. Les compró una batidora barata porque consideró que los regalos caros olían a corrupción.
-Preferí llevarles una batidora que puedo pagarles con mi pensión de jubilación de Reina de España.
-No me imagino a Teresa cocinando con su batidora.
-No critiques a la familia de mi Juanito, nuera. ¿No querrás que en el periódico digital El nacional hablen de ti todavía más mal de lo que hablan, verdad?
-Usted no debería leer la prensa amarilla.
-Me encanta la prensa que se parece al Daily Mirror.
La dejé por imposible. Además mi Leonor me llamó en ese justo momento desde Nueva York porque se aburría un poco. Le recomendé ir a hacer ejercicio al Hayder Park.
-Estás engordando otra vez, hija. Espabila o serás una Princesa de Asturias rolliza.
-Mamá, ¡por favor!
Corté la comunicación. No me gusta discutir. Tampoco discutí con mi Sofía cuando me dijo que se llevaba mi depertador para su internado.
-Me acordaré de ti cuando le suene la alarma. Te quiero, mami.
-¡Y yo a ti, mi amor!
Nos dimos unos besitos y se me fue de vuelta a Gales. Pobre niña mía. Es duro ser Infanta de España. Hubiera siedo mejor para ella que fuéramos una familia humilde de Madrid. No estaría en Gales pasando frío todo el año. Tampoco estaría su hermana Leonor haciendo la mili por las academias militares. Pero es mejor no lamentarse. Tiremos para delante. España nos quiere.
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