Leonor se prepara para su gran fiesta el día de su 18 cumpleaños. Lo celebramos todo: cumple, jura de la Constitución, puesta de largo y regreso del abuelo Juan Carlos a una celebración familiar.
Mi hija está algo nerviosa. Duda entre prometer y jurar, pero creo que se decantará por decir que jura ese folletito que recoge los derechos de los españoles. Queda más bonito decir jurar.
Leonor ensaya el discurso. Creo que se lo está escribiendo Lucía Etxebarría. Solo me dijo que lo escribía una de las escritoras más famosas de nuestro país y que no era mi doncella Maripuri.
- ¿Es Espido Freire la afortunada, hija?
-No te lo voy a decir, mamá.
- ¿Conozco a esa escritora?
-No insistas, mami.
Felipe quiere que pruebe el collar de Carlos III. Mi Leonor lo encuentra pesado. Es lo que pasa cuando te habitúas a adornarte con la chatarra que venden los bazares chinos: no aguantas el peso del oro. A mí me pasaba cuando me casé con Felipe. Notaba todas las joyas pesadísimas porque venía de la costumbre de la bisutería.
Sofía ayuda a su hermana con las pruebas del vestido de gala. Se prueba su propio vestido. Ponen zapatos. Quitan zapatos. Eligen bolsos en un catálogo. Empiezo a pensar que es muy difícil ser princesas. Yo tuve la gran suerte de ser una adolescente de clase trabajadora sin fiesta de largo por mi 18 cumpleaños.
Finalmente, Leonor se decanta por una cazadora de ante con forro polar y cuello de pelo sintético. Es chula. Pero no sé si al final la llevará sobre el vestido de fiesta. Mi hija cambia mucho de parecer. Ya lo veremos.
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