He vivido el mejor día de la Hispanidad de mi vida. Lo que iba a ser un acto idéntico al del año pasado y al del año anterior y al del anterior al anterior y así hasta el infinito del pasado, se convirtió en un acto único gracias al soldado Luis Fernando Pozo. ¡Menudo salto hizo! ¡Acertó con una farola!
Yo aplaudía a rabiar. Mi Felipe me daba codazos porque no me acaba de entender. Les hice señas a las niñas para que aplaudieran. Aquello era total. Lo mejor es que el soldado estaba bien. Era como en el circo. No me extraña que nuestros soldados estén tan demandados en la guerra del mundo. Te suben la enseña nacional a cualquier sitio.
El hombre se las arregló para soltar la bandera. Corrieron a cogerla para que no se manchara. Los soldados saben que las cacas de los perros están por todas las calles. Por mucho que limpien los barrenderos siempre quedan suciedades en los asfaltos y en las aceras. Desde la tribuna la bandera se veía limpia. Respiré aliviada. Creo que no había otra bandera tan grande para sustituirla. Luis seguía encaramado en la farola. Mi Felipe le dijo a un soldado joven que fuera con una grúa para salvarlo. Se podía marear y caer en mala postura. El pobre llevaba cinco minutos colgado como un jersey en el tendedero.
Os recomiendo ver el vídeo. Es total. También lo es Luis. Quería llorar, pero no lloraba. Le tendí un pañuelo y no lo quiso. Es todo un hombre. Lo admiro. Creo que no llora ni en la intimidad de su casa. Yo lo felicité por su hazaña. Es el primer soldado del Ejército de España que consigue subir la enseña nacional a una farola del Paseo de la Castellana.
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